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Finalista del II Premio Internacional de Poesía «José García Caneiro»

Alejandra

Otoño del setenta y dos.

Alejandra ha perdido el tacto de sus manos.

Vive entre dos historias mortales, en regiones opuestas a la sombra.

Entre conjeturas y marañas percibe una quietud profunda, un infinito silencio.

Escondida en su memoria sepulta su miedo.

Esa manía que tiene por vivir la condena a gritar palabras mutiladas, ensangrentadas.

El tiempo que la quiso se deshace en un infinito hambriento.

La flor invisible de su juventud ya es indiferente al vértigo y a la palabra.

Por aquellos días el Río de la Plata estaba en calma.

Alejandra pasea por su ribera entre galerías de sonidos.

A lo lejos una gaviota cruza su intimidad.

El cielo se eterniza y las estaciones giran sin detenerse.

Son la sal de la tierra.

Algo se adentra en su alma y visita su cuerpo como quien pasea por la vida.

Luego, desaparece en un destello.

El honor es como un cielo lejano y Pizarnik ya tiene todas las cartas boca arriba.

Una bombilla rota y apagada anuncia su final.

A lo lejos, se oyen pasos.

Un movimiento oculto abraza toda vida y toda muerte.

A mí, me quedan sus palabras y sus calles.

Su silencio.

Sus poemas sin rostro y su pensamiento apagado.

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