Caía la noche y nada había cambiado en la aldea de Santo Tomás. Algo reía en el aire. Al otro lado de la nostalgia había un nuevo orden musical.
Como cada mañana, antes de que pudieran parpadear sonaba un poema sinfónico y toda aquella gente traslúcida dormía del otro lado de la puerta de la vida. Ellos ya habían atravesado el mar y también otras tierras. La sombra que dejaban en la lejanía era dulce y sosegada. Una anciana buscaba su memoria entre los manuales que se amontonaban en una esquina de su vieja estantería de libros. Meses atrás había trenzado su nombre con sus versos porque temía olvidarlos . Desde hacía algún tiempo se sentía testigo tardío de la vida. Lo que le quedaba por recorrer no era más que un pequeño tramo del territorio del tiempo y solo le preocupaba recuperar el recuerdo perdido de sus rimas. Fugitiva de la vida, vivía en armonía.