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La causalidad me cruzó contigo. Yo soy la montaña y su profundidad. Me desplazo por tierra firme abandonada por la certeza de las noches encendidas. Soy áspera y abrupta. Custodio el secreto del origen de la vida.  Algunos acuden a mí para pedirle ayuda al viento. La respuesta siempre llega de lejos, la trae el eco en las noches silenciosas: “Vivir y morir con las manos vacías”.

Ismael llega con paso indolente y con apariencia descuidada. Ismael ensueña caminos de ventura. Camina y camina atesorando sueños inefables. Y, de repente, el viento le canta algo al oído mientras se mece como todos los otoños. Las islas de ceniza y oro se desplazan despistadas cargando con la noche a hombros. En estas islas donde todo se explica, Ismael se da cuenta de que el paso por estas tierras es corto como para seguir ansiando algo más. Él solo necesita una clave, un conjuro, alguna señal. Pero en este lugar está prohibido recordar y él lo sabe.

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