Los árboles del jardín agitaban los meses mientras él le anunciaba que volvería en una carta que nunca envió. Durante años ella esperó su ausencia. Tantas cosas perdió por el camino que le hubiera resultado imposible llegar a contarlas. Un cuerpo famélico rebosante de deseos gastados la abrigaba y aquella delgada voz nacía una y otra vez de lugares inexistentes.
De nuevo y como siempre ella creía que regresaría. Sus ojos grises derramaban una mirada largamente triste ante esos rostros mudos que colgaban de las paredes del salón.
Aquella tarde no llovía.