A todo era infiel, salvo al amor.
Llevaban años viviendo juntos sin apenas mirarse. Él tenía prisa por vivir más a pesar de haber encontrado una razón para no separarse de ella. Los días transcurrían inmóviles; aquellas miradas polvorientas que de vez en cuando se cruzaban iban acompañadas de una sonrisa que disfrazaba el miedo a perderla. El mismo miedo que turbaba sus sentidos.
Hay quien dice que en los estados del amor nadie llega a ser perfecto. Le recriminaba que hubiese abierto la puerta de su corazón a sabiendas de que estaba prohibido; aunque algo en su interior le decía que aquello era una nube pasajera, la abrazó. Solo los vivos mueren despacio. Eran viajeros del mismo camino.