Déjame que te hable. La vida entera entró en tu mirada. Simplemente cerrando los ojos y cubriéndote de sencillez terrenal. Ya todo está preparado para ti. De tu último suspiro me encargaré yo, pero aún no es tiempo para ello. Navego por los mares de tu espíritu en las noches serenas para averiguar qué ha sucedido, y solo encuentro la memoria de un loco y la tristeza de un niño asustado cubierto de calma y niebla. Considero que tanta serenidad es ya mucho dolor. Me recuerdas a un mirlo arrullado llorando debajo de su llanto. Vi también cómo llegaron aquellos que decían quererte a pisotear tus sueños intentando capturar tu propia creación. Más tarde, dejaste de un lado el miedo y la vergüenza, sabías que con tu esencia no podrían y, en aquella remota isla encantada, estremecida por la lluvia y por el viento, un cielo sereno te arropaba.
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