Hablo con esa mujer que va conmigo, y le digo que llegará el día en que habrá que quemar esas naves de aquel amor que, con el paso del tiempo, ha quedado reducido a cenizas de malos presagios, melancolías y tristezas que antaño no eran más que ilusión y entrega. Nada protege ya la sombra de lo que fue; todo ha quedado al descubierto y ahora solo soy sangre y piel. Me encuentro sentada de espaldas a la vida, tan voluble como el viento e inmersa en un vacío de átomos ondulantes.
Dejar un comentario