Las lluvias de noviembre anunciaban una tarde lenta y solitaria. La luna cerraba las puertas del atardecer anunciando el final del día. En vano trazaba una línea para establecer el límite. Y aquí, en mi ciudad soñada, bajo la ceniza, escondo aquello que no amo. Regresé en paz de aquel viaje que nunca hice. Lo recuerdo con detalle. Había mañanas interminables, acariciaba la incertidumbre entre el olvido del ayer y la ausencia de futuro. Una vieja melodía invadía aquel espacio infinito donde me encontraba rodeada de estrellas y de una muchedumbre antigua con apariencia de ídolos cretenses. Todo sucedía bajo un cielo convexo. El tiempo inexistente había volado y yo con él. Volví del origen al que nunca fui. Fue el fin de una travesía sin principio en un vacío que todo lo ocupa. Al día siguiente, como cada mañana, tomaba mi primer café delante del ordenador buscando las palabras precisas para redactar mi crónica de sucesos. Hoy luce el sol.
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