En aquella hora encantada se extendió la noche. Había una muchedumbre silenciosa en la aparente ciudad desnuda, cubierta por un lecho de estrellas que abría el otoño, y en esa hora de angustia y de luz tenue yo intentaba sostener el mundo sintiendo que por tus venas bajaba la luz del cielo.
Ignoraba tu nombre, pero intuía que a mi vida se unía tu vida, y mi carne humana temblaba en una hueca sombra de emoción desconcertada.
Siendo un secreto esclavo te arrojaron de mi alma en un soplo de eternidad dormida por la muerte.