Con aparente gesto de indiferencia y con paso elástico, Maia se cuela cada mañana, a eso de las ocho, a través del ventanuco de la buhardilla donde yo me refugio a escribir como remedio casero para intentar retrasar ese encuentro tan poco deseado con la realidad . La tentación de darle un portazo a este sistema de cosas me persigue insistentemente y esta joven gata negra, como la noche más oscura , lo sabe. Mi nombre es Susana y soy aprendiz de escritora. Llevo años persiguiendo esta huida sin mucho éxito. En el lírico silencio de mi habitación escribo y suplico que alguien del otro lado me socorra . He de reconocer que Maia me ayuda poco.
Entra de puntillas y me emborrona los textos recién escritos con la clara intención de que no puedan ser leídos. Por otro lado, mi mente es una gran ensalada de alucinaciones fantásticas y de ideas poco organizadas que me impiden ser agradecido con mi gata negra. Un buen día, por decir algo agradable, llegó Maia y lo puso todo patas arriba; hasta hoy ha logrado boicotear el oficio de la huida. Los mismos años que llevo yo escribiendo lleva Maia en mi vida. Y son muchos. Hoy he vuelto a escribir. Se ha hecho de noche. Maia, hecho un ovillo, duerme. Esta vez le he pedido a los del otro lado que nos recoja a las dos. Eso sí, primero a la gata negra. He de asegurarme. Siete vidas tiene Maia y yo aún no tengo el recuento de las mías. Mi huida debería ablandar a los que parecen no quererme.
Leave a comment
