En aquella casona se hospedaba un cadáver triste. Aquellos huesos solitarios seguían muriendo y durmiendo abrigados por un manto de arena fría. Federico pasaba largas temporadas en la isla y de cuando en cuando visitaba a su amigo en la casa del Callejón del Desconsuelo. El destino quiso que el hallazgo de aquel cadáver coincidiera con una de sus visitas. Federico se acercó al cráneo y le susurró al oído: ¡qué suerte la mía! Debiste pensar, amigo mío… ¡Tierra encima, una canción de cuna y una mentira!
Leave a comment