Ahora que empiezo de cero…
Una extraña melodía sonaba aquella fría mañana y yo no supe interpretar las señales. Durante esos días mi orgullo se había quedado en los huesos y aún me sobraban motivos para pedir perdón. Por otro lado mi soledad y yo hacía tiempo que no se llevaban bien. A pesar de ello, me había decidido a quitarle el polvo a todos los rincones de mi alma. Tardé en saberlo pero era él el que envolvía cada noche mis sueños. “Te aseguro que jamás te haré una promesa”: me dijo aquel fantasma que vivía en el espejo de mi dormitorio mientras me tendía la mano esa mañana. Yo le agarré del brazo y decidí darme una segunda oportunidad. Entendí que ese era el mejor remedio cuando el mundo se derrumba a tus pies. Él me lo enseñó todo. Aprendí que en el cielo ninguna estrella pide permiso para brillar. Con él viajé al otro lado y comprendí que no hay distancia que nos separe si superamos la resistencia al entendimiento. Solo fueron clave esos dos días en mi vida.
Después, arreglé el jardín.