Sabía que la observaban desde la eternidad. Tenía el rostro abandonado y un vacío tenue invadía todo su ser. Estaba en calma con el pasado, pese a todo y para protegerse, había levantado un muro de palabras. A sabiendas de que el mundo temblaba a sus pies y de que los árboles del dolor se habían marchitado a su paso, el miedo se alejó. Cada día recorría un sendero profundo y solitario que dejaba la estela de una amable sombra. Con el presentimiento de otras tierras subía al cielo y dispersaba la incertidumbre en el espesor de la eternidad.
Era ella la protectora de la vida.