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La ternura

La crónica local de aquel día echaba humo. Sin que lo sospecharan, se habían despedido ya de muchos vecinos. Dos días atrás, habían encontrado una nota que decía: “Para ti, esta noche, no entonaremos un réquiem, te cantaremos una nana para alzar tu vuelo”. A las pocas horas, había aparecido  una segunda nota que completaba la primera: “Cuando mañana despiertes; verás que todo cuanto te hemos dicho es verdad”. La incertidumbre se había instalado en el pueblo Del Encinar. Los vecinos lloraban porque no les dejaba dormir el miedo. No entendían qué sucedía.  Así que el alcalde decidió hacer recuento de sus vecinos. Había doscientos cuarenta y tres censados. Faltaban dos: Evaristo y Encarna. Ambos ornitólogos. Entrada la tarde comenzó la búsqueda. Un grupo de hombres rastreaba el pueblo cuando uno de ellos decidió adentrarse en el bosque. Bajo la sombra de una encina, encontraron a Evaristo y a Encarna susurrándole una nana a Paco, el loro del pueblo, a quien nadie había echado en falta. En ese instante, Paco alzaba el vuelo. La ternura, a veces, descansa bajo una encina.

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