Algún día llegará la noche y podré volver a soñar. Me asomé a uno de los ventanales que daban al jardín. A cambio de semejantes regalos, tanta humillación. Aquel día llovía, en esta ciudad en la que nunca llueve. Sosteniendo el sol y mis pensamientos me vuelvo infinito. El sueño y la vida. La vida y el sueño sin distancia aparente. Detrás de mí se cierran los días del tiempo. Creo recordar que todo debió suceder, entre las cuatro y las seis de la tarde, aquel día en el que también perdí la sonrisa. Meses más tarde la recuperé, pero ya había perdido el rostro y también la calma. Entre mis pensamientos encendidos escribo esta carta para alguien que nunca conoceré. No hay peligro, salvación, ni castigo. El verdadero dolor no suele hacer ruido, directamente te mata. Me despido observando las nubes.
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