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Aquel hombre de Dios

Cuando te conocimos creíamos que traías un mensaje del cielo, pero las certezas también se tambalean. Te habías convertido en el eco de aquel hombre de Dios que un día fuiste para nosotros. Tu cuerpo te había sido infiel y ahora lo eras  a ti mismo. En el pueblo, no comprendemos porqué decidiste abandonarte a las pasiones. Por qué dejaste de pensar en cosas puras. De la noche a la mañana te convertiste en un profesional de la seducción y entre extraños silencios parecías volver de un horizonte de sueños desconocido por todos. Después de un tiempo, decidiste recuperar esa pose cotidiana que tenemos como simples mortales y todos pensamos que  aquella noche debiste atravesar el desierto a zancadas. La luna, como siempre, es amiga de los locos. Niebla y distancia, es lo que has puesto entre nosotros. Por mi parte, yo solo deseaba que tus huellas no las borrara la arena para poder seguir tus pasos. Un día, desapareciste en el mar del olvido. En el pueblo, aún seguimos quemando preguntas:  si acaso es real todo lo que ha sucedido, si era tanta la necesidad que tenías de viajar por carreteras secundarias. Ahora,  aprendemos a vivir al borde de la vida.

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