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Una noche de endechas

Todo comienza a ser verdad cuando se escribe. Rodeado de ciudad, así es él. Su rostro tiene la ligereza de una gota de lluvia, alargado e inspirado. Rosetta es el comisario de una pequeña ciudad al sur de un país inexistente para muchos. Sostiene la vida gracias a sus sueños. En el trastero de su casa yace un cadáver, conocido por todos, pero por nadie velado. Adelina había desaparecido unos meses atrás. Curandera y tarotista reconocida y muy respetada por los vecinos. Me atrevería a decir que casi todos ellos pasaron, al menos una vez, por su consulta. El comisario también. A pesar del triste acontecimiento la vida parece deslizarse en calma bajo un cielo celeste de perfiles infinitos que abraza la ciudad del comisario. Los días de Rosetta transcurren en soledad, como en un hotel sin huéspedes, enhebrando pensamientos. Busca sospechosos entre los vecinos, indicios, pruebas que le lleven a descubrir al asesino. Una noche de luna llena, los vecinos se reunieron para cantar endechas a la memoria de Adelina. Sabían que ella las agradecería. Adelina siempre les decía que era más difícil entender la vida, que la muerte no encerraba enigmas. Desde la desaparición de Adelina al comisario Rosetta le está prohibido recordar. Esta maldición está acabando con él. Era como un muerto temporal en aquella ciudad perdida en el mapa. Después de las endechas, la ciudad quedó envuelta en un suave aroma a rosas y a espliego. Rosetta, por el contrario, parecía estar muy incómodo. Aquella noche perfumada había despertado  a Adelina. Ya se estaban despidiendo los vecinos cuando comenzaron a arremolinarse en la calle las hojas caídas de los árboles. Formaban figuras imposibles que dejaron a los allí presentes atónitos, entre ellos, al comisario Rosetta. El viento cesó de repente y las hojas quedaron frente a los pies del comisario formando una frase que decía:  “El asesino, que buscas, eres tú”.

1 Comments

  • Unknown
    Posted 19/12/2021 at 09:18

    Galdar, la ciudad más bonita de la isla, cuidada y florecido, donde siempre apetece volver, donde se guarda, como un tesoro, la cueva pintada por nuestros antepasados y en la cual, después de una buena ropa vieja, se termina admirando el colorido de nuestro Antonio Padrón, en su casa museo, donde el sol entra a raudales para cooperar con su luz de toda su producción

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