Ella, con una actitud insomne y penitente, dejó de contar el tiempo y los besos. Su mente cargaba con el peso de la duda. Aquello no era solo deseo. Con la pena dibujada y ya ganado el desconsuelo, le dijo que lo esperaba más allá de la orilla de la vida o de la muerte. Apartó el tiempo para quedarse con los besos y rogó un trozo de vida para hundirse en su pecho.
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