Soñaba con ser don Quijote. Con la cabeza gacha y los pies heridos caminaba con paso corto en aquella distancia cubierta de nieve blanda. Miró hacia atrás con somnolencia después de una (larga) vida errante. Desamparado , con deseo de volver. Miró hacia atrás sin querer y queriendo; y todo aquello que llevaba guardado después de tantos años lo dijo en un grito de voz apagada. Para aquella gente extraña del pueblo, que lo había observado durante años, nunca fue de fiar. Él seguía sintiendo ruidos imposibles, era su memoria extraviada la que se asomaba a algunos ventanales del tiempo. Ese voraz espacio que lo separaba de su senda. Pero es la puerta del tiempo la que elige y no el hombre. Otra cosa no había en aquel oscuro día detenido para aquel “caballero de la triste figura”
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