Con aparente gesto de indiferencia y con paso elástico Conrado se cuela cada mañana, a eso de las diez, a través del ventanuco de la buhardilla, donde yo me refugio a escribir como remedio casero para intentar retrasar ese encuentro tan deseado con la muerte. La tentación de darle un portazo a la vida me persigue insistentemente y ese joven gato, amarillo como un día de sol, lo sabe. Mi nombre es Mateo. Soy escritor y también esquizofrénico. Llevo años persiguiendo a la muerte sin mucho éxito. En el lírico silencio de mi habitación le escribo y le suplico que venga a recogerme. He de reconocer que Conrado me ayuda poco . Entra de puntillas y me emborrona los textos recién escritos con la clara intención de que no puedan ser leídos. Por otro lado, mi mente es una gran ensalada de alucinaciones fantásticas y de ideas desorganizadas que me impiden ser agradecido con el gato amarillo. Un buen día, por decir algo agradable, llegó Conrado y lo puso todo patas arriba; hasta hoy ha logrado boicotear el oficio de la muerte. Los mismos años que llevo yo escribiendo lleva Conrado en mi vida. Y son muchos. Hoy he vuelto a escribir. Se ha hecho de noche. Conrado, hecho un ovillo, duerme. Esta vez le he pedido que nos recoja a los dos. Eso sí, primero al gato amarillo. He de asegurarme. Siete vidas tiene Conrado y a mi con una me sobra. Mi muerte debería ablandar a los que parecen no quererme.
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